sábado, 12 de mayo de 2007

El colectivo de los sueños

Jose Arrale lo había escuchado durante toda su infancia. De hecho, su padre no hizo mas que hablar de ello en los últimos años de su vida. "El Bondi de los sueños", para él siempre para el había sido un delirio de su padre, que mas allá de lo repetido nunca había tenido para él importancia alguna... Hasta ahora.

Súbitamente, en los últimos meses, había escuchado a más de un integrante de su entorno -sin ninguna relación entre sí- hablar de ese mito de su pasado: compañeros de trabajo, el portero de su edificio, el diariero de la estación de tren de Padua, el quiosquero de la esquina de Rosario y Doblas. Cada vez que escuchaba algo de eso, pensaba con tristeza en las ocasiones que había hecho callar a su anciano padre diciéndole: "Basta con esa estupidez papá !!!!!" a lo que el padre sabiamente le contestaba:

"Pepe...(apodo familiar que toda su vida recibió José) todos estamos destinados al fracaso, sino a esta altura ya seriamos millonarios... La única solución para cambiar el destino es el colectivo de los sueños. Vos sos joven todavía, buscalo, no pierdas la vida en vano..."

El Colectivo de los sueños, según había escuchado, formaba parte de la línea 192, que tenia un solo interno, el “1”. A ciencia cierta, nadie podía aseverar un recorrido concreto. De hecho, se decía que fluctuaba en función de la necesidad de los usuarios ocasionales. Nadie pudo siquiera, confirmar los colores con los que estaba pintado.

La corriente pesimista, indicaba que el colectivo era conducido por el mismísimo Lucifer y que el valor del boleto no era otro que el alma del pasajero. Otros más románticos, indicaban hasta el hartazgo que en realidad era conducido por un ángel guiado por Dios, y el único precio exigido era la solidaridad con el prójimo.

Al margen de la discusión por el origen de chofer, el hecho era que aquel que subía al colectivo de los sueños, al bajar, encontraba que los mismos se habían cumplido tal lo deseado: pasajeros encontraban al final de su recorrido amores esquivos rendidos a sus pies, cuantiosas fortunas depositadas en sus cuentas, familias felices con casas con fondo y pileta, suegras desaparecidas misteriosamente, resultados de carreras de caballos ordenadas de antemano, listados con números a la cabeza de distintas loterías provinciales y una compleja variedad de pensamientos que se corporizaban al descender del vehículo.

La cosa es que Pepe comenzó a sugestionarse y a pensar seriamente en que la historia pudiera ser cierta. Un poco por el mandato paterno y otro poco por la necesidad de cambiar su mediocre vida de oficinista, comenzó a armar mentalmente una lista de deseos por si alguna vez por la calle veía al colectivo "192".

El portero de su casa le había dicho en más de una oportunidad, que este extraño transporte tenía una parada justo en la esquina de Avelino Díaz y Avenida La Plata, casi frente al lugar donde tenía su cancha el Club de San Lorenzo de Almagro. Teniendo en cuenta que Pepe trabajaba a unas cuadras de ahí, y era lugar de paso dos veces al día, al llegar al sitio volteaba para ese lado para ver si veía al extraño colectivo.

Pero el asunto empezó a obsesionar a Pepe... Las paradas en el sitio por el cual teóricamente pasaba el colectivo de los sueños -hasta aquel entonces ocasionales- comenzaron a hacerse ex profeso y cada vez mas largas, a punto tal de ser la razón de sistemáticas tardanzas en su trabajo y salidas antes de hora, sólo para tener más tiempo para esperar el "192".

Pronto, su obsesión se convirtió en neurosis. Fue suspendido del trabajo un tiempo por llegar tarde y finalmente despedido por la misma causa. A Pepe no le importó. Lo vio como una señal del destino: tendría más tiempo para esperar al “bondi de los sueños”.

Comenzó a pasar los días en la esquina de Avelino Díaz y Avenida La Plata. Las semanas. Dejó de lado todos sus compromisos de lado. Dejó de pagar el alquiler por lo cual al poco tiempo perdió su casa. Nada le importó, porque nada de lo que tenía hoy en día sería necesario al bajar del mágico autobús.

Algunos amigos se acercaban hasta ese lugar a hacerle compañía, conocidos y transeúntes espontáneos y hasta las prostitutas y travestis de la zona se solidarizaban con Pepe sin tener claro el origen de su espera. ¿Huelga de hambre? ¿Reclamo salarial?... Nadie tenía muy claro el motivo pero lo bancaban. José parecía un buen tipo.

Pasaron los meses y hasta años, calor, lluvia, frío y José no perdía la esperanza. Su cuerpo comenzó a despedir fragancias nauseabundas. Pepe no quería abandonar ni un instante el sitio en el que estaba, por miedo a que justo en ese momento pasara el 192 y se perdiera la chance de cambiar su vida.

En un par de oportunidades, oficiales de la seccional 20 de la Policía Federal intentaron convencerlo de que depusiera su idea y se fuese a casa a dar un baño y dormir un rato. Nada iba a hacer que Pepe cambiase de parecer.

Una madrugada de mayo, Pepe se sobresaltó. Viniendo por Avenida La Plata, parado en el semáforo de Avenida Asamblea estaba el 192, dispuesto a continuar su trayecto hacia el bajo.
Se incorporó como pudo y llegó casi hasta el medio de la calle haciendo señas desesperadas que fueron devueltas por un guiño de luces del conductor, como confirmando que ya lo había visto.

"Parque Saavedra - 192 – Cancha de San Lorenzo" rezaba el cartel frontal muy bien iluminado. Mientras lo veía acercarse, José pensó que finalmente su vida cambiaría. Tanto esfuerzo iba a dar resultado, su vida mediocre sería cosa del pasado. Su padre tenía razón.

Cuando paró y abrió la puerta José desconfió. El colectivo que teóricamente era mágico no era más que un Mercedes Benz 911 con carrocería El Detalle, bastante despintado. El conductor parecía más un viejo borracho que un enviado celestial, es más, desde el interior del vehículo podía sentirse una música parecida a la cumbia de “Los Wawancó” y un fuerte olor a vino barato.

El Colectivo de los sueños era un colectivo más: brillitos en el volante, cortinitas en el parabrisas, un imán de "Papá no corras" y otro que decía: "A Mar del Plata viajé y este recuerdo te compré".

Pensó que se trataba de alguna broma de algún amigote y retrocedió... Mientras tanto, una pareja de jovencitos cruzó corriendo Avda. La Plata y se colgó del estribo. Al mismo momento, el chofer se dirigió a José con voz socarrona diciéndole: "Y pibe...¿subís o no? no tenemos todo el día".

Pepe con algo de fastidio le respondió: “No... Espero el próximo”, como esbozando una respuesta educada, a fin de salvar la broma de mal gusto que sin duda alguna alguien le estaría jugando.

“Ah!!... Bueno, esperá, entonces... Jajajajajajaja !!!!!" -sonó una carcajada estruendosa de adentro del colectivo-.

Mientras arrancaba, uno de los jóvenes que subió al colectivo, el cual había presenciado la escena mientras esperaba para pedir su boleto, se dirigió al chofer y alegremente le dijo: "Quiero tener todas las minas", a lo que el viejo borracho sonriente, asintió mientras cerraba la puerta.

El colectivo se fue. José estaba invadido por el desconsuelo. “¿Cuánto más tendría que esperar el verdadero colectivo de los sueños?...”. La respuesta se corporizó frente a sus ojos cuando vio la parte trasera del autobús. Debajo de parabrisas, un graffiti decía: "Todo lo que ibas a tener era gracias a tus viejos"

La imagen de su padre lo invadió. "Vos sos joven todavía, buscalo, no pierdas la VIDA en vano..."

Algo en su interior le decía a los gritos que ya era tarde...En ese instante, acababa de perderla.

AlexB

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que vi pasar el 192 por la esquina de nazca y yerbal en febrero de 1977.
Logicamente no lo corri
Saludos

A.Guetti

Anónimo dijo...

Yo sí lo alcancé una vez en Aranguren y Donato Alvarez, no me olvido más... Al bajar en Parque Saavedra, a eso de las 12 de una noche de invierno, sufrí el ataque de 4 muchachotes corpulentos que me sacaron lo poco que llevaba encima, incluida la ropa.
Recuerdo que me moría de frío, no había nadie. Pero en eso vi de nuevo al interno "1" de la línea 192, que volvía de regreso. Al verme desnudo y tiritando, el viejo chofer me invitó a subir, cerró raudamente la puerta, y apagó la luces. Nunca arrancó...
Soñé con él durante los siguientes 5 años desde aquella noche... De allí que lo recuerde como el bondi de los sueños.

Demian
Villa Martelli